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QUO VADIS

M los presentes quisieran continuar sus conversaciones, pedían á gritos á los músicos que se retirasen. El aire, lleno del olor de las flores y del perfume de los aceites con que hermosos muchachos habían rociado los pies de los invitados durante la fiesta, é impregnado de azafrán y de las emanaciones de aquella multitud, se volvió sofocante; las lámparas arrojaban una luz muriente; las guirnaldas que coronaban las cabezas, ladeábanse sobre ellas; los semblantes habíanse vuelto pálidos y cubiertos de sudor. Vitelio había rodado bajo la mesa; Nigidia, desnudándose hasta la cintura, descansaba su ébria é infantil cabeza sobre el pecho de Lucano, quien, borracho en no menor grado, inclinábase á soplar el polvo de oro que cubría los cabellos de su compañera y alzaba luego la vista como enajenado de inmenso placer. Vestinio, con la majadería del borracho, por la décima vez repetia la respuesta que Mopso había dado á la carta cerrada del procónsul. Tulio, que hacía mofa de los dioses, dijo entonces con voz balbuciente y entrecortada por el hipo: —Si la esfera de Jenófanes es redonda, considérese entonces cómo semejante dios podría ser empujado con el pie, como un barril, delante de nosotros.

Domicio Africano, criminal endurecido y delator, indignóse ante aquel discurso, y esa indignación le hizo derramar sobre su túnica toda su copa de vino de Falerno.

El había creído siempre en los dioses.

—Las gentes aseguran,—dijo,—que Roma ha de perecer, y hasta hay quienes sostienen que ya está pereciendo.

¡Y es cierto! Pero si eso llegara á suceder, es porque la juventud no tiene fe, y sin fe no puede haber virtud. El pueblo ha abandonado también las costumbres severas de los antiguos tiempos, y jamás les ocurre el que los epicúreos no puedan sobreponerse á los bárbaros.

En cuanto á él... En cuanto á él, lamentaba haber llegado á tales tiempos y verse obligado á buscar en los pla-