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QUO VADIS

ceres un refugio contra amarguras á las cuales, si no les hacía frente, bien pronto le matarían.

Cuando hubo dicho esto, atrajo hacia su cuerpo una danzante siria y le besó el cuello y los hombros con su boca desdentada.

Visto lo cual por el cónsul Memio Régulo, estalló en ruidosa risa, y alzando su calva cabeza, en donde habíasele atravesado la guirnalda que la coronara, exclamó: —¿Quién dice que Roma está pereciendo? ¡Qué locura!

Yo, cónsul, sé lo que digo. /Videant consules! Treinta legiones están velando por nuestra pax romanal Aquí llevó los puños hasta la altura de las sienes y empezó á gritar á voces que por todo el triclinio fueron oidas: —Treinta legiones! treinta legiones! Desde la Bretaña hasta las fronteras de los partos!

Pero súbitamente se detuvo, y poniéndose un dedo en la frente agregó: —¡Por mi vida, estoy creyendo ahora que son treinta y dos!

Y luego rodó debajo de la mesa y empezó á despedir lenguas de flamenco, hongos, langostas en miel, pescado, carne y todo lo demás que había comido ó bebido.

Pero las numerosas legiones que velaban por la paz de Roma, no lograrsn pacificar á Domicio.

—¡No mo!—decia—Roma debía perecer; porque se había perdido la fe en los dioses, y de igual modo habían sido olvidadas las costumbres severas! Roma debía perecer; y era mucha lástima, porque la vida seguía siendo allí agradable. El César, era clemente, y el vino, bueno. ¡Oh, qué lástima!

Y ocultando la cabeza bajo el brazo de una bacante siria, prorrumpió en lágrimas.

—¿Qué es la vida futura?—agregaba.—Aquiles tenía razón: preferible era ser esclavo en el mundo y bajo el sol, que rey en las regiones de Cimeria.