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QUO VADIS

—¿Has recibido los azotes?

Ella se echó á sus pies por segunda vez, llevó á los labios la orla de su toga, y dijo: —¡Oh, sí, señor, los he recibido! joh, sí, señor!

En su voz advertianse inflexiones denunciadoras de alegría y de gratitud á la vez. Era evidente que consideraba ella los azotes recibidos como una compensación por no haber sido despedida de la casa, y que ahora creía poder seguir permaneciendo en ella. Petronio, que comprendió esto mismo entonces, hubo de admirar la vehemente resistencia de la joven; pero era demasiado versado en el conocimiento de la naturaleza humana para no advertir que solo el amor podía dar alas á una resistencia semejante.

—¿Amas á alguno en esta casa?—preguntó.

Eunice alzó hacia él sus azules ojos llenos de lágrimas, y contestó en voz baja, perceptible apenas: —Sí, señor.

Y con esos ojos, con esos cabellos de oro echados hacia atrás, con una expresión de temor y de esperanza pintada en el rostro, veíala tan linda, le miraba de una manera tan suplicante, que Petronio quien, á fuer de filósofo había proclamado siempre el poder del amor, y como hombre de verdadero temperamento estético había rendido, siempre también, pleito homenaje a toda beldad, se sintió poseído en ese instante de una especie de compasión por aquella esclava.

—¿A quién de éstos amas?—preguntó señalando á los sirvientes con un leve movimiento de cabeza.

No hubo contestación á esa pregunta. Eunice inclinó la cerviz hasta los pies de su amo y permaneció inmóvil.

Petronio dirigió entonces la vista hacia el grupo de esclavos entre los cuales había mancebos hermosos y esbeltos.

Nada pudo leer en semblante alguno; por el contrario, en todos ellos advertíase una extraña sonrisa. Contempló en-