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QUO VADIS

Delante de la puerta del dormitorio se alzaba la gigantesca figura de Ursus.

A su vista sintió en los pies y en la cabeza un frío como de nieve; cesó de latir su corazón en el pecho y le acometieron unos como temblores hormigueantes por la espalda.

Por espacio de algunos momentos le fué imposible articular palabra, en seguida, castañeándole los dientes dijo, ó mejor dicho, gimió: —Sira... no estoy en casa... no conozco á ese... buen hombre.

—Le he dicho ya que estabas en casa, pero durmiendo, señor, contestó la esclava, y me ha pedido te despertara.

—¡Oh dioses!... Te ordeno que...

Pero Ursus, como si le impacientara aguardar por más tiempo, aproximóse á la puerta del dormitorio é inclinándose un tanto asomó la cabeza.

—Oh, Chilo Chilonides!—dijo.

—Pax tecum! paxl pax!—contestó Chilo. ¡Oh tú, el mejor de los cristianos! Si, soy Chilo; pero esta es una equivocación... ¡yo no te conozco!

—Chilo Chilonides,—repitió Ursus,—tu señor Vinicio, te ordena vengas conmigo á donde él se encuentra.

CAPÍTULO XXIII

Un dolor punzante hizo que Vinicio recobrara el sentido.

En el primer momento no supo darse cuenta del sitio en donde se hallaba, ni esplicarse lo que había ocurrido.

Sentía en la cabeza un ruido y tenia como oscurecida la vista por un velo de nieblas.

No obstante, fué volviéndole de modo paulatino el conocimiento y pudo por último, al través de ese velo de tiuieblas, distinguir á tres personas que se inclinaban hácia él. Raconoció á dos de ellas: una era Ursus y la otra el