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QUO VADIS

Y permaneció allí de pié, con las manos estendidas y el angelical semblante lleno de compasión y de pena.

Vinicio la contemplaba, ansioso de su vista, de estasiarse en ella detenidamente, á fin de que, aún después de cerrados sus párparos, quedara como grabado en ellos aquel inefable cuadro.

Detenía los ojos en aquel rostro, más pálido y más reducido ahora que antes, en las hermosas trenzas de sus negras cabellos, en su pobre traje de obrera; y la miraba, y la miraba, de tan intensa manera, que la nevada frente de la joven empezó á colorarse de rosa ante el influjo de esa mirada.

Y Vinicio entre tanto pensaba primero que siempre la amaria; en seguida, que esa palidéz de la joven y esa pobreza en que la veía eran obra suya: que había sido él quien la arrancara de una casa donde á porfía brindábanla afecto y la rodeaban de bienestar y de comodidades, para arrojarla en aquella mísera estancia y vestirla con aquel pobre traje de lana oscura.

—Ligia, la dijo, tú no permitiste mi muerte.

—Quiera Dios volverte la salud, contestó ella con dulzura.

Para Vinicio que tenía presentes los agravios que había inferido antes á Ligia y los que había deseado inferirle hacía poco, aquellas palabras suyas constituían una especie de bálsamo. Así, pues, olvidó en ese momento que elas bien pudieran ser tan solo fruto de las enseñanzas cristianas: solo pensó en que las decía una mujer amada y que en ellas había inflexiones de una ternura singular, de una bondad extrahumana que le llegó hasta lo más intimo del alma.

Y si pocos momento antes el dolor le había debilitado, sentíase ahora desfallecer por la emoción Una especie de languidez profunda, á la par que inefable, pareció apoderarse de todo su sér. Experimentó la sensación del que se

Tomo I
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