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soldados que en valor igualaban y en indisciplina comenzaban á igualar á nuestros tercios de Flandes, ó á los aventureros de Cortés y de Pizarro, cual creo que harán siempre los españoles en las campañas prolongadas.

Sin embargo, ninguno seria osado á mirarle sin respeto (tanto era imponente su rostro y el gesto de su boca tan imperativo) ni nadie al ver al hombre vestido con el traje de nuestro pueblo, montado en una mula aparejada á la española y con estribos de fraile, nadie al verle por vez primera á la punta de las tropas habria dicho, aquel paisano será un guia que les enseña el camino, sino que al mirarle todos dirian aquel es el General Mina que las manda y conduce por sendas extrañas; porque Mina tenía un aspecto tan característico de héroe de la guerra de la Independencia, en la que fué modelo, un sello tan peculiar de Capitán aclamado por el pueblo, que no solamente le revelaba al primer golpe de vista, sino que lo imprimió en muchos de los caudillos de su escuela; si bien desapareció con él, sin dejar continuador es cuando bajó al sepulcro.

Al parecer, ninguna zozobra asomaba al espíritu del General, ni dolor alguno mortificaba su cuerpo; pero al ir á echar pié á tierra, lo hizo sin aquel natural desembarazo con que suelen hacerlo los hombres acostumbrados al ejercicio de las armas; y como el Gobernador acudiera á sostenerle de un brazo, dijole que no le tocara allí porque tenia un balazo.

En efecto, el General Mina habia sido herido horas antes en un reñido encuentro al forzar el paso de Larramiar, y nadie lo supo durante el combate, más que uno de sus Ayudantes que le ayudó á echar el embozo izquierdo sobre el hombro derecho, apenas recibida la herida, para tapar el taladro y esconder la sangre ¡Serenidad admirable en un hombre es aquella, que cuando le llega de súbito el golpe matador, le halla prevenido para no fruncir las cejas ni advertir á los circunstantes de su daño!

César, tapándose el rostro con el manto para morir digno y resignado bajo el puñal de Bruto, y el Condestable Borbon mandando en su agonía al pié de los muros de Roma, que lo arreparan con su capa blanca, para no ser conocido, acaso no revelan mayor temple de alma, si son figuras trazadas en la historia con rasgos más evidentes.

Distribuidos por fin los soldados á 80 y á 100 en cada casa, el General pasó á su alojamiento acompañado de algunos Jefes y el