Página:R.E.-Tomo IV-Nro.16-Id.04.djvu/5

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llamaban entónces convulsivos, y ahora llamarían nerviosos, Carlos II tenía talento claro para conocer tantos males y corazón sano para que no deseara remediarlos; pero su alma era débil, y como débil supersticiosa, y para salvarla de las penas eternas la entregó á fray Pedro de Matilla, que no era docto ni piadoso, al revés de otros, y como dicen las crónicas de la época, «se calentaba al fuego que consumía la Monarquía.» Traído de Salamanca al confesonario y al Consejo de la Inquisición por el Conde de Oropesa, á quien luego fué ingrato, aliándose con D.ª Mariana, Matilla gobernaba el reino: á él se arrimaba Adanero, que le debió ser Conde y Presidente: á él el mismo Almirante, que sacaba por su medio beneficios y mitras, y hasta el capelo, como se vio en el caso de D. Alonso de Aguilar; y la Berlips y su camarilla se echaban á sus plantas.

Todo era corrupción y miseria, y en la Corte, los que no adulaban á Matilla, como Clavijo y Celada y Melgar, y todos los del partido del Embajador austríaco, sólo pensaban en venderse al enviado de Francia, al espléndido Harcourt; y asi ninguno dejaba de comerciar con la sangre española, tan generosamente vertida durante dos siglos por aquella dinastía que agonizaba en el lecho del sin ventura Carlos. Las banderas de España, antes las primeras, iban ahora las últimas: nuestros capitanes de Flándes tenían que romper su espada para no deshonrarla: y á tanto llegó la desdicha, que un siglo antes que á Polonia, la diplomacia repartió por tres veces los girones de España, ¡sin que al recibirse la noticia en Madrid se conmoviera el pecho de aquellos Grandes, convertidos en familiares y alguaciles del Santo Oficio!

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La cámara de Portocarrero comunicaba con una galería y ésta con una escalera secreta que, en aquella noche memorable antes dicha, se abrió para los cuatro personajes avisados de orden de su Eminencia por el Canónigo Urraca.

Entró el primero D. Juan Domingo de Haro, Conde de Monterrey, de Ayala y Fuentes. Monterrey era como todos, ó casi todos los de su clase y tiempo, y aun peor que muchos, porque tenía más ambición, y si recientemente había rechazado el gobierno militar y civil de Aragón y Cataluña, no fué sino porque ansiaba el de todo el reino; avanzado ya en años, andaba achacoso; pero había sido Capitán de valor, aunque con escasa fortuna en Flándes, y desdichadísima en el Principado; por espacio de algún tiempo