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del país estaba realmente en manos de los hombres políticos, ó mejor dicho, en manos de Walpole, que á pesar de sus medios corruptores sacó á salvo la libertad y la grandeza de su patria.

No era más digno del respeto y del amor de sus súbditos Jorge II del que dice el autor: «En religión era un verdadero pagano, y sus sarcasmos no perdonaban á la Iglesia católica ni á la anglicana: por lo demás, llevaba una vida alegre, y no dejaba la mesa sino por la caza. Se ocupaba de las letras tan poco como su antecesor, y no tenía mejor opinión que él de los hombres. La Cámara era venal, pero conservamos nuestras libertades; el Monarca era incrédulo, pero impidió que dominase el partido clerical; no dio á los Ingleses la gloria de las conquistas, pero conservó la paz, el reposo, la libertad y la prosperidad.»

Jorge III fué ya un Monarca ingles y que se jactaba de serlo; celoso de sus prerogativas y fanático por su religión, hubiera puesto en peligro la libertad en Inglaterra, si no hubiese tenido tan hondas raíces en aquella nación. Sus costumbres eran severas hasta el extremo, y sus hijos, por no someterse á la disciplina estrechísima de su casa, estuvieron con él en constante pugna. Como se sabe, tuvo larguísimo tiempo perdida la razón, y murió ciego y sordo después de perderse en sus manos las colonias americanas, que defendió tenacísimamente contraías armas de sus subditos rebeldes, á pesar de la oposición de los hombres políticos más notables de su reinado. Jorge IV, que ocupó el trono en época tan difícil, porque desde 1810 su padre dejó en realidad de reinar, era el tipo de la frivolidad, y los asuntos que más seriamente le ocupaban eran los bailes, las galas y preseas. Su carácter inconstante y débil valió á Inglaterra el paso más decisivo en favor de la tolerancia religiosa y de otras reformas que tan fecundos resultados han producido.

El libro de Thackeray es utilísimo, porque completa la idea que se forma de Inglaterra por la lectura de las obras de los historiadores y publicistas, dándonos á conocer la parte interna de aquella sociedad en sus clases más elevadas. Forman parte de este volumen las cartas que escribió Thackeray sobre la traslación de las cenizas de Napoleón desde Santa Elena á París en 1840, dignas de leerse para formar juicio cabal de aquel suceso, á que se atribuyó y aún se atribuye tanta importancia.


Le Maha-Bharata, traduit complétement du sanskrit en français, par Hippolyte Fauche. — París, 1863-1868. — Klincksieck, A. Duran et Thorin. — 9 volúmenes en 8.º mayor.

Se conocían algunos fragmentos del Maha-Bharata, extenso poema índico. Franz Boppe había dado á conocer la historia del Rey Nala. Wilson, Westergaard, Boethlingck, Roth, Langlois y Kosegarten habían traducido ó extractado otros trozos. Siendo este poema un verdadero monumento, no sólo de la hteratura, sino también de la teogonía, de la filosofía y de las costumbres del pueblo indio, así como de la cosmografía y la geografía política en las épocas más remotas de la historia humana, fácil es comprender la utilidad de conocerlo en toda su extensión; pero hasta ahora, desde que los progresos realizados por nuestro siglo en el estudio de los antiguos pueblos orientales habia hecho posible á los eruditos conocer y traducir el Maha-Bharata, nadie se habia atrevido á acometer la