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Página:R.E.-Tomo VIII-Nro.30-Id.02.djvu/6

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DOS SISTEMAS.

de cierta guirnalda mal grabada que le servia de adorno, la punta de un clavo trabadero, y después de haber dado seis vueltas á una llave especial, y de soltar cuatro candados, se dejaba abrir por la parte superior, mostrando entónces, por entrañas, montones de talegas repletas de oro y cartuchos de todas clases de monedas, menos de cobre, pues éstas yacian en saquillos de arpillera, dentro de la mazmorra si, pero fuéra de la caja. Por todo adorno en las paredes del escritorio un Plan de matriculas, otro de Señales de la Atalaya, una cuartilla de papel con los Dias de correo á la semana, y una percha de cabreton. Añádanse á estos detalles media docena de sillas de perilla arrimadas á los gruesos muros de la caja, y paren ustedes de contar. La banqueta forrada la ocupaba D. Apolinar y la inmediata su amanuense, á cuyo cargo se hallaban también el copiador de cartas y el de letras, más la presentación y cobro de éstas, sacar el correo, abrir y cerrar el escritorio, correr las hojas, etc., etc. La mesa del centro era para contar dinero, el cual se echaba por el agujero á la manga adyacente que iba á desembocar al saco previamente colocado debajo. El otro atril, la banqueta y el facistol correspondientes eran para el viejo tenedor de libros. Dos palabras acerca de este tipo, cuyo molde se perdió muchos años hace. Era su cargo el término anhelado de una carrera de treinta años de pinche, durante la cual, como es fácil de comprender, todo se combina en el aspirante: el humor, el apetito, la salud... todo, ménos la paciencia y el pulso.

Este hombre no reia, ni hablaba, ni pisaba récio desde el momento en que entraba en el escritorio. entónces se quitaba á pulso el sombrero, y á pulso le sustituía en la cabeza con un gorro de terciopelo negro; á pulso se ponia los manguitos de percalina; á pulso y con respetuosa parsimonia abria los libros, y á pulso mojaba la pluma y sentaba las partidas, y ataba y desataba los legajos que le entregaba en silencio el principal, á cuyo cargo estaba la obligación de volverlos á recoger. Ordinariamente no fumaba, pero si tenia este vicio, fumaba cuatro medios cigarrillos al dia, dos por la mañana y dos por la tarde, uno de ellos al medio y otro á la conclusión de la tarea, la cual tenía para él términos fijos inalterables. No la cercenaba ni un segundo al empezar, pero si al ser las doce en su reló de plata, por la mañana, ó las seis por la tarde, le faltaba una palabra, una sola letra para concluir el renglón ó período que escribía, alzaba la pluma, la limpiaba sobre