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Página:R.E.-Tomo VIII-Nro.30-Id.02.djvu/7

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DOS SISTEMAS.

el manguito izquierdo, y así quedaba el asunto hasta la próxima sesión. Ni un instante más ni ménos de lo justo; ni una plumada siquiera en asuntos de la jurisdicion de otra mesa. En cuanto á los libros, eran suyos, exclusivamente suyos, y el principal mismo tenia que pedirle por favor que se los abriera para examinar el estado de alguna cuenta. ¿Tocarlos otra mano que la de él? ¡Jamas! La contemplación de aquellas letras perfiladas, de aquellas columnas inmensas de números casi de molde, de aquel rayado azul y rojo, era su orgullo, el único deleite de su alma al abrir las extensas páginas de sus dos infolios de marquilla. Un borrón sobre ellas, y su naturaleza, probada al rigor de un método inalterado de treinta años, se hubiera quebrado como débil caña.

Con un hombre así, y los demás elementos materiales inventariados de su escritorio, contaba D. Apolinar de la Regatera como auxiliares de su instinto mercantil en la nueva campaña que habia abierto.

Los corredores le importunaban poco, pues sabian que de un hombre semejante se sacaba escasa utilidad. Efectivamente, Don Apolinar, que no se fiaba ni de su sombra, gustaba de hacer los negocios por su mano, y asi no solamente los discutía á su antojo, sino que, no parándose en la fé de una muestra aislada, iba á la pila, y allí se hartaba de palpar, oler y paladear el género, hasta que le hallaba á su entera satisfacción. Entónces, si el negocio era de clavo pasado, como él decia, le abarcaba solo; pero si presentaba la más pequeña duda, le dividía en lotes, y aplicándose uno á si mismo, se consagraba una semana á conquistar amigos que cargasen con los restantes, mancomunidad en que él entraba con frecuencia á solicitud de alguno de los mismos reclutados. De este modo, si se perdía, la pérdida no podía ser grande, y si se ganaba eso más habia en la caja. Tomar poco y á menudo, y abarcar algo ménos de lo que se pudiere; pisar sobre terreno conocido, dejando siempre cubierta la retirada; llevar á la Habana frutos de Castilla, y á Castilla frutos coloniales , ó vender los unos y los otros en la plaza misma, si se presenta ocasión ventajosa; cobrar en moneda sonante y de buena ley, hundirla en los abismos de la mazmorra... y dejar el mundo y las cosas como se hallasen; y «Antón Perulero, cada cual á su juego, y á Cristo por Redentor le crucificaron.»

Tales eran sus máximas; tal era su ciencia.

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