Página:R.E.-Tomo X-Nro.40-Id.04.djvu/18

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— Pues, vos siempre estais cantando lo mismo, —repuso el jóven.

— Así es la verdad, pero no me causa la tristeza, que cuando cantais vos.

— Eso quiere decir, que, de todas maneras, no os parece alegre.

— Cierto.

— La verdad es, que con la costumbre de oir á los soldados de Andalucía y Castilla, ni me habia detenido á pensar, en si era alegre ó triste la letra.

— La letra y la música son tristes, pero... cantadas por vos... me hacen llorar, —respondió la hermosa Moraima, llorando de veras.

— ¡No lloréis, Moraima!... Habráse visto cosa más singular, —exclamó Juan de Silvela;— llorar por unas coplas, que no tienen significación ninguna....

— ¿Que no tienen? —repuso, con dolorido acento, Moraima,— para vos, no tendrán, para mi le tienen muy grande... —y se entró en la casa llorando.

Juan puso el capacete; que, por airon ó pluma, tenia una rama de helecho; en un escaño, y sentándose en el cojin, como siempre, puesto á su disposición sobre una pequeña alfombra, á la puerta de la casa, quedóse largo rato pensativo. Por primera vez, advirtió cuánto amaba á Moraima. Amor sin esperanza, pues la hermosa hija de los Beni-Lope no habia de tornarse cristiana, y él no podria amarla, sino como esposa. Que Moraima, inocente y pura, miraba con agrado al Cristiano, harto lo sabia este tambien; pero, de allí no podia pasar el amor de entrambos. La religión de la Mora y la honra de Juan de Silvela estaban de por medio.

Después de lo que acabamos de decir, pasaron dias y semanas, haciendo ya para tres meses que el Cristiano estaba en la casa. Su herida cerrada, la salud restablecida y las fuerzas casi repuestas del todo, le habian de obligar, en breve, á partir á su tierra. A decir verdad, por más que allá le esperara su madre, no experimentaba los deseos que, en cualquiera otra ocasión habría tenido de tornar á Galicia.

Las horas de forzado reposo, habíalas empleado Juan de Silvela en arreglar sus armas y bruñirlas, siendo, para él, noble razón de orgullo mostrar la abolladura, que á la derecha del peto y debajo del brazo, habia hecho la lanza mora, ántes de abrirse paso, hiriendo entre aquel y el espaldar.

Conforme el jóven iba cobrando fuerzas, en proporción se