retraía Moraima de permanecer con él á solas, pasando la mayor parte del dia encerrada con su madre en las habitaciones interiores. Así, después de las primeras horas de la mañana, en que la hermosa jóven tenía que acudir al arreglo interior de la casa, Juan de Silvela permanecía solo, sin más compañía que cuando tornaba Yusef del campo. Ya no le servían á la mesa Fátima y Moraima, como en las primeras semanas de convalecencia; y, salvo por las mañanas, y breve rato, al anochecer, en que madre é hija disponían la comida para los trabajadores; el Cristiano á nadie veía ni hablaba, doliéndose únicamente de no ver á Moraima.
En vano, después de quitar el polvo á sus sencillas armas de escudero, y de complacerse en mirarse en ellas, como en espejos, daba vueltas en derredor de la casa, deteniéndose siempre con algún pretexto delante de las pequeñísimas ventanas, con espesas celosías, de las habitaciones de Moraima. En vano aplicaba el oído, por ver de escuchar, á lo menos, su voz. Cansado, tornaba Juan de Silvela al sombrajo, donde siempre le recibía con leales caricias el fiel alano Sil.
Un dia, sin duda ya cansado de tanta soledad, determinó probarse las armas, de que en breve habia de necesitar para volver á su tierra, mas no podía hacerlo sin ayuda, y prevaliéndose de la confianza qué en la casa tenía, iba á llamar á Moraima, para que, con la esclava negra, le pusiera las hebillas.
Como lo principal para Juan de Silvela, era ver á Moraima, las cosas se arreglaron de otro modo. El cielo ha concedido á la costa de Málaga sabrosos y riquísimos frutos, mas no agua en abundancia. Háila, sin duda, en ciertos lugares; pero, en general, no abunda. En las inmediaciones de la casa de los Beni-Lope no habia agua potable, sino hacía el mismo arroyo Jabonero, por el recodo de éste, frente al sitio en que vivía Moraima, y al pié del repecho donde yace, al presente, la casa de Tellez. Aguas de arroyo con adelfas, no son buenas para beber, y los arroyos de la costa del Mediterráneo producen multitud de aquellas plantas, agradables á la vista, en especial, cuando están floridas, por lo que las han llamado los Franceses y no pocos Españoles, que ignoran el castellano, laureles-rosa; pero las aguas corrientes lo pagan, adquiriendo perniciosas calidades.
En el recodo, inmediato al arroyo de que acabamos de hablar, había excelente venero, que hoy existe de la propia suerte que