— ¡No!...
— ¿Lo podeis ser?
— Por el Santo Apóstol, cuyo verdadero cuerpo yace en Compostela, ¡qué más podría yo desear que ser vuestro esposo!
— No se trata de vuestros deseos.... ni de los mios.... Se trata de que no pudiendo ser mi esposo, no podeis llegaros á mí sin respeto, ni teneis para ello ningún derecho.
— ¿Ni siquiera el de amigo agradecido, Moraima de mi vida?
— Si lo fuerais, como decís, no habriais hecho lo que acabais de hacer.
— Apenas he hecho otra cosa, sino tocar vuestra mano con la mia.
— Pues, por eso, señor escudero. Soy dama.... aunque Mora y pobre.... y.... en fin se trata, repito, de que no pudiendo ser mi esposo, no podeis llegaros á mi sin respeto, ni teneis para ello derecho.
Y Moraima llamó á su madre.
Mientras tanto, Juan de Silvela puso las armas á un lado, y tomando el capacete, miró su único y por extremo singular adorno, que era, como ya hemos dicho, una rama de helecho, á guisa de pluma, la cual estaba harto marchita, pero no del todo seca. Quitó la graciosa rama de donde estaba, y entrando en la casa, llegóse á Moraima, que se hallaba sentada cabe el hogar, al lado de Fátima:
— Moraima, —dijo el Cristiano,— escudero pobre y honrado, no tuve para adornar mi capellina sino una rama de helecho, que al despedirse, llorando, arrancó mi madre del monte vecino á nuestra casa. Ella misma la puso lo suficiente sujeta para que sirviera de airón. Ni aun al caer yo herido y rodar mi capellina por el suelo, se desprendió el rústico adorno, que á un tiempo me recuerda lo que hasta el presente he amado más en el mundo, mi madre y mi tierra.... Hoy, la rama de helecho me acusa de que amo á otra cosa, mas que á mi tierra y á mi madre.... Hijo soy de caballero, y pienso serlo tambien, con lo que estoy obligado á decir verdad. Por mi Dios y por mi honra, juro sobre esta rama de helecho, sagrado emblema del cariño de mi madre adorada, para quien soy único bien, que Moraima Ben-Lope será siempre la dama de mis pensamientos, y si Dios lo permite, mi esposa. De lo contrario, juro de igual manera, no poner los ojos ni el corazon en mujer