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520 — La Guerra

la inferioridad de sus preparativos, ¿van á deducir todos los pueblos la necesidad de adoptar el sistema militar prusiano, que impone á todos los hombres, sin excepción, la tarea de soldados durante los mejores diez y nueve años de su vida? Seria declarar á Europa toda en estado de sitio permanente, en un campamento ó en una trinchera inmensos.

Para mezclar alguna dulzura al amargo dejo de estas tristes reflexiones, concluyamos recordando las mejoras que la mayor suavidad de las costumbres y de las ideas ha introducido en las prácticas de la guerra. Los rigores de ésta están circunscritos, en lo posible, á los ejércitos beligerantes; los ciudadanos inermes no son tratados por el vencedor como enemigos, y los derechos de los neutrales son respetados. No se entregan las poblaciones al saqueo ni al degüello; no se expiden patentes en corso; está admitido y observado el principio de que el pabellón neutral cubre la mercancía, y de que la mercancía neutral no puede ser apresada bajo ningún pabellón. Los prisioneros son guardados con humanidad, y no están expuestos á represalias. Los heridos son atendidos con esmero por amigos y por contrarios. Asociaciones internacionales los amparan desde los mismos campos de batalla, al abrigo de una neutralidad concedida á la filantropía. Pero nada de eso basta: es necesario desear que el progreso del derecho imposibilite ó dificulte sobremanera las guerras, ó que, á falta de otro remedio más noble y más honroso para la civilización, podamos á lo menos abrigar la esperanza de que la misma lamentable perfección de las armas evite la repetición de esas espantosas carnicerías humanas, siendo á un mismo tiempo remora para las invasiones ambiciosas, y fuerza de resistencia formidable para los pueblos, relativamente débiles, que se defienden dentro de sus confines.


Fernando Cos-Gayón.


Madrid 12 de Agosto de 1870.