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variado y pintoresco, sobre todo en las aldeas y en las clases bajas de la capital, más indóciles que la sociedad culta, como en todas partes, á la influencia cosmopolita y niveladora del presente siglo.

A dos grupos pueden reducirse los artículos del Sr. Pereda; escenas de la ciudad y escenas del campo. Forman el primero los intitulados Santander (antaño y ogaño), El Raquero, La primera declaración y La Costurera, La Leva, La Buena gloria, Las Visitas y ¡Cómo se miente! Corresponden al segundo los que llevan por epígrafe La Robla, A las Indias, La Noche de Navidad, La Primavera, Suum cuique, El Trovador, El Jándalo, Los Pastorcillos, Arroz y gallo muerto, y hasta cierto punto, El Espíritu moderno. Algunos de estos se hallan compuestos en verso; pero, aunque fácil y correctamente metrificados, y no desprovistos de gracia, distan mucho de gustarnos tanto como los en prosa, la cual admite pormenores que aquel excluye, y son como la salsa de los escritos de costumbres. ¡Cuánto no habría ganado, por ejemplo, El Jándalo, que es de los mejores, si el autor, al trazar tan característica figura, hubiese puesto á un lado las trabas del metro y de la rima!

¡Con qué gallardía campea cuando desprendido de ellas, corre suelta y desembarazadamente! Entonces demuestra el profundo espíritu de observación que posee para estudiar la vida y estilos de las varias esferas sociales; fino discernimiento para fijarse únicamente en lo que tiene de peculiar é interesante: viva imaginación y buen gusto para pintar con verdaderos y oportunos colores la realidad, sin pesadez ni prosaísmo, y para embellecerla y trasfigurarla sin mengua de la exactitud; fuerza de intuición para dar consistencia, alma, fisonomía y lenguaje propios y perfectamente distintos á las personas que describe, de modo que sean juntamente reales é ideales como el Tuerto y el tio Tremontorio de La Leva, dignos de Cervantes; habilidad extremada en el manejo del diálogo cuando el asunto y la ocasión lo piden; naturalidad y riqueza de estilo para no desentonar los cuadros con falsas pinceladas, ni fatigar al lector con la rigidez y monotonía de las formas; y finalmente, lenguaje correcto y castizo sin afectación arcaica, esmaltado de mil frases y locuciones populares sobremanera expresivas, que en ningún género de literatura sientan mejor que en los estudios de costumbres. Quizás peque á veces de sobrado minucioso, como pecan nuestros más célebres novelistas antiguos; pero, aun en esos casos, es tal la magia de su pincel, tal la ilusión que produce, que fácilmente se le perdona aquel defecto, dado que lo sea, y no deba achacarse más bien á nuestro gusto pervertido.

Por otro concepto merece asimismo subida alabanza el libro del señor Pereda. La impresión que su lectura deja en el alma es pura y sana en alto grado. También deja otro sentimiento; el de que no sea más voluminoso; y á par de esto, el deseo de que su modesto autor siga