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y en un muelle de París. Su exterior revelaba extrema pobreza. Hasta transcurridos bastantes años no supimos más. Aunque ausente, no dejábamos de esperar en él. Era de esas naturalezas que desaffan al olvido.

Por fin nos reunió el azar dos años más tar—de. He aquí de qué manera: Yo había recibido una herencia en su provincia, y fuí allá para vender una tierra. Pedí noticias de Rafael. Se me dijo que había perdido a su padre, á su madre y a su mujer con unos años de intervalo; que, tras estas desgracias del corazón, le habían herido desgracias de fortuna, y que de la escasa hacienda de sus padres le quedaba sólo el lar, compuesto de una vieja torre cuadrada, semiderruída, al borde de un barranco; el jardín, el huerto, el prado en la barranca y cinco o seis fanegas de mala tierra. Los labraba él mismo con dos va cas escuálidas; no se distinguía de los labriegos vecinos suyos más que por los libros que llevaba al campo, y que solía tener en una mano mientras se apoyaba en la emancera con la otra. Pero desde hacía unas semanas no se le había visto salir de su misera vivienda. Se creia que habría emprendido uno de aquellos largos viajes que le duraban años. "Sería una lástima—añadían—; todo el mundo le quiere en la vecindad. Aunque pobre, hace tanto bien como un rico. Hay en el país hermosos paños que se han tejido con la lana de sus carneros. Por la tarde enseña a leer y dibujar a los niños de las aldeas vecinas. Los ca-