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no. La abadía de Haute-Combe, sepulcro de los príncipes de la Casa de Saboya, se eleva sobre un contrafuerte de granito al Norte, y proyecta la forma de sus dilatados claustros sobre las aguas del lago. Protegido dél sol todo el día por Ia muralla del monte del Gato, recuerda este edificio, por la obscuridad que le rodea, la eterna noche de que es umbral para los príncipes de Saboya que caen desde el trono a sus criptas. Sólo por la tarde, un rayo de sol poniente le hiere y reverbera un momento en sus muros, como para mostrar a los hombres, en la hora del anochecer, el puerto de la vida. Algunas barcas pescadoras sin velas se deslizan silenciosamente por las aguas profundas, bajo los acantilados de la montaña. La vetustez de sus cascos hace confundirlas, por su color, con el sombrío tinte de las rocas. Aguilas de plumaje grisáceo planean sin cesar sobre las rocas y las barcas, como qué riendo disputar su presa a las redes, o arrojarse sobre los pájaros pescadores que siguen la estela de las embarcaciones.

III

El pueblo de Aix, en Saboya, lleno del vapor, el rumor y el olor de los arroyos de sus aguas calientes y sulfurosas, está asentada por gradas en un ancho y rápido ribazo de viñas, prados y huertos. Una larga avenida de álamos secula-