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que rejuvenece a diario a sus favoritos; años que sumaban casi cinco veces la cifra de los míos, pero facciones puras y majestuosas que inspiraban el respeto del tiempo sin los desagrados, de la vejez; um rostro, en fin, donde la bondad y el genio, esas dos bellezas de la edad, atraían la mirada y el afecto hasta de los niños...

"El día en que salí para siempre del establecimiento de las huérfanas entré en la casa de mi marido, no como su mujer, sino como su hija. El mundo le llamaba mi esposo; él no quiso nunca que le diese más nombre que el de padre. De bal tuvo para mí todo el respeto, toda la piedad, todos los cuidados. Hizo de mí el centro radioso y adulado de una sociedad numerosa y selecta, compuesta de lo más escogido de aquellos ancianos famosos en las letras, en la filosofía y en la política, que fueron honor del último siglo y que habían esoapado al hacha de la Revolución y a la servidumbre voluntaria del Imperio. Me escogió amigas y guías entre las mujeres célebres en aquella época por su mérito y su talento. El mismo me animó a contraer lazos de corazón o de ingenio que pudieran distraer y variar mi vidla monótona en la casa de un anciano. Lejos de mostrarse severo o celoso de mis relaciones, buscaba con atención complaciente los hombres notables cuyo trato podía serme atractivo. Habría sido feliz si yo hubiese mostrado preferencia por alguno entre todos y mi preferencia hubiera sido correspondida. Yo era el idolo y el culto de la casa. Esa idolatría general de que yo