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esas sombras para que quedasen por siempre llenas de vos...—la dije.

A un ademán mío, los bateleros callaron y amortiguaron el ruido de los remos, cuyas gotas caían en el agua como un acompañamiento musical en leves notas argentinas. Ella cantó esa balada escocesa, marítima y pastoral a la vez, en que una joven a quien el pobre marinero, su amante, dejó para ir a las Indias en pos de la fortuna, cuenta que sus padres se han cansado de esperar el regreso del muchacho y la han hecho casarse con un viejo, junto al cual sería feliz si no soñase con el que amó primero. La balada empieza así:

"Cuando ya está el ganado en el apriseo y es el sueño tan dulce para todos, jay de mil, sueño con las penas mías y duerme junto a mí mi anciano esposo." Tras de cada estrofa viene una larga melodía, cantada con notas vagas y sin palabras, que mece el alma en oleadas de tristeza infinita y hace subir a los ojos las lágrimas de la voz; luego prosigue el relato en la estrofa siguiente, con el acento sordo y lejano de un recuerdo que llora, sufre y se resigna. Si las estrofas griegas de Safo son el fuego mismo del amor, estas notas escocesas son las lágrimas mismas de la vida y la sangre del corazón mortalmente herido por el destino. No sé quién escribió esa música; pero quien fuere, sea bendecido por haber producido con unas cuantas notas un infinito de tristeza humana en los gemidos melodiosos de una voz. Desde aquel día, no