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Ramos de violetas

migo, me pidió que á Celia la pusiera en sus brazos, y me contó con voz insegura, la serie de tormentos que había sufrido en los dos meses de nuestra separación.

De resultas de haber volcado la diligencia en que iba, tuvo que andar más de dos horas sobre nieve, y la insensibilidad se apoderó de sus pies, la sangre se coaguló, y la ciencia no encontró remedio para su mal.

La familia no quería ni que se casara conmigo ni que saliera de Madrid, de consiguiente, su partida ocasionó disgustos y que le abandonaran los suyos.

Siete meses vivió aquel desgraciado sufriendo los dolores más espantosos; con una resignación asombrosa; me pidió que le llevara una estampa de Santa Filomena, de quien él era muy devoto y á la que decía que veía de noche; los médicos dijeron que estaba loco, y su confesor que se habían apoderado de él los malos espíritus; pero no estaba loco, no, y siempre insistía en casarse conmigo para dejarle nombre á Celia, pero el confesor decía que sin todos los papeles arreglados de ninguna manera nos casaba, y como sin dinero nada se puede hacer, los meses pasaron, y una mañana, cuando fui á verle, que iba todos los días, no encontré más que su cadáver: