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Ramos de violetas

Hipócrates más tarde, aseguraba,
y Aristóteles luego repetía,
que el hombre sordo-mudo no pensaba,
que el hombre sordo-mudo no sentia;
¿cómo había de sentir si no escuchaba,
que había de comprender si nada oía?
Y con tanto desprecio les miraron,
que hasta el civil derecho les negaron.


San Agustín también siguió esa huella,
(que aunque llegó á ser santo tuvo errores;)
que era del mudo, muda la querella
y no eran comprendidos sus dolores;
pero un día brilló fulgente estrella
que difundió brillantes resplandores;
y un español con noble y santo anhelo
le dijo al sordo-mudo: — «Mira al cielo.»


«Allí hay un Dios que vela por tu vida,
y ya ha sonado la bendita hora
en que la ciencia humana engrandecida
puede llegar á ser tu redentora;
de su calvario eterno suspendida
vuelve á tí su mirada brilladora,
y hallará vibración tu pensamiento
y forma podrás dar á tu lamento.»

 
Y los mudos pensaron y sintieron,
y sus mil sensaciones expresaron,
y sus labios inertes se entreabrieron,
y palabras confusas pronunciaron.
La historia de los tiempos comprendieron,
las grandezas de Dios las admiraron.