me hubieras llamado; pero... ¿cómo se habían de acordar los cuerdos de los locos? Sin embargo, yo tengo la locura de pensar en tí, de rogar porque tu espíritu salga pronto de su natural perturbación y que encuentres y te sirva de guía el espíritu de tu hija Julia, que por tí debe haber rogado ardientemente para que dejaras este planeta, donde tan duras pruebas has sufrido, donde podías haber adelantado mucho, si el fanatismo y la preocupación no te hubieran dominado en absoluto.
Tú respetabas en alto grado las exigencias y conveniencias sociales. ¿Y qué vale la aprobación de este pequeño círculo, comparado con la sanción suprema de otras inteligencias superiores, que viven lejos de los mezquinos intereses terrenales?
¿Puede valer, acaso, para los hombres de recta intención, de justo criterio y de tranquila conciencia, la censura de sus actos, si ésta proviene de los criminales condenados á cadena perpétua por sus desaciertos inauditos? no; la mirarán con la más profunda indiferencia. Pues lo mismo, absolutamente lo mismo, nos debe importar la aprobación de nuestros hechos, si éstos los aplaude una sociedad rastrera y egoísta.
Debemos buscar infatigablemente algo