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Página:Ramos de violetas.djvu/180

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Amalia D. Soler

donde existen sepulturas artísticas con cristos colosales de mármol de Carrara, clavados en cruces de ébano, me llamó la atención en un rincón de un patio, un montón de flores secas que ocultaban casi por completo una cruz de madera pintada de negro; atado al símbolo de la redención, había un ramo de frescas siemprevivas y un pobre niño que tendría diez años, estaba sentado junto á la pequeña cruz.

Yo me incliné, y sentí simpatía al mirar aquella carita dulce y triste, y le pregunté:

— ¿A quién tienes aquí?

— A mi madre, me contestó.

— ¿Y por qué no quitas estas flores secas?

— Para qué! me dijo el niño con enfado, si las quito no verá mi madre que he venido todos los domingos á verla.

— ¡Ah!.. Tú vienes todas las semanas?

— ¡Pues no he de venir, señora..! Yo quería mucho á mi madre y no necesito que llegue el día de difuntos para acordarme de ella.

La réplica del huérfano encerraba tan profundo sentimiento y tan amargo desconsuelo, que me conmovió profundamente, y guardo de aquel desgraciado un melancólico recuerdo.