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AMALIA D. SOLER

Silvia vió dibujarse lentamente
una nube plomiza
en el puro horizonte de su vida.
Aquellas deferencias y atenciones
que su esposo al principio la ofrecía,
se fueron extinguiendo cual los rayos
que lanza el sol al terminar el día.
Para hacer un análisis profundo
de lo que vale este mezquino mundo,
no es necesario más que los enojos
arranquen una queja á nuestros labios,
y hagan brotar el llanto á nuestros ojos.

Silvia adquirió esa ciencia dolorosa;
esa filosofía,
que se obtiene contando los instantes
de una noche sombría,
cuando se espera con afán amante
al ser amado que nos quiso un día.
Silvia pidió primero explicaciones,
y después prodigó reconvenciones
llenas de sentimiento y de ternura,
pero su esposo con desdén profundo
y sonrisa glacial, le dijo: «Escucha.
Ese amor que tu sueñas, no es del mundo.
Olvida esa quimera deliciosa,
disfruta los encantos y placeres
del lujo y de la moda caprichosa,
y vive como viven las mujeres
que como tú son jóvenes y hermosas.
El marido es un mueble necesario;
la mujer necesita de otro nombre:
la cruz del matrimonio es el calvario