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Prólogo de una historia
Enrique Sandoval era un muchacho,
de noble y distinguido continente;
un sedoso mostacho
daba sombra á su boca juguetona,
sirviendo de corona
á su espaciosa frente,
un bosque de cabellos ondeados
con desaliño artístico peinados;
sus ojos eran grandes y rasgados,
teniendo una mirada
magnética, profunda, apasionada;
era uno de esos seres
que inspiraba profunda simpatía
con especialidad á las mujeres.
Era una de esas almas bien templadas;
ávida de violentas emociones,
que en una ocasión dada,
saben jugar el todo por el todo,
diciendo con desdén: «La vida es nada».
Pasó las horas de su dulce infancia
de un pueblo en la pacífica ignorancia;