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RAMOS DE VIOLETAS

olvidé que había un Dios allá en el cielo
y el crimen me ofreció montes de oro.

Y en el instante que contento, ufano,
iba á deciros yo con alborozo:
«¡Mío es el porvenir!» ¡Ensueño vano!
Desperté en un obscuro calabozo.

La sociedad se alzó con mano airada,
y castigó mi falta; ¡justo era!
¡Y nadie fué á lanzarme una mirada!
¡Nadie me fué á decir, sufre y espera!

Pasaron meses, transcurrieron años,
y el tiempo se cumplió de mi clausura:
¡volví á mirar la luz! seres extraños
miraron con desdén mi desventura.

Y una noche, que vive en mi memoria,
de un ministro de Dios el dulce acento
escuché, que contaba triste historia,
¡tan triste como el eco de un lamento!

Y dijo que era Dios todo ternura,
y que el perdón al hombre concedía,
si éste olvidaba su fatal locura
y en su infinito amor la luz veía.

Aquella voz que resonó en mi oído
era una voz tan pura, tan vibrante,
que hizo latir mi corazón dormido
y esperar y creer; ¡feliz instante!