paciencia del deseo, cruzó rápidamente la estancia y escuché una de esas frases que no han podido imitar, ni las grandes actrices, ni la más inspirada prima-donna; una de esas palabras que acarician, que enloquecen, uno de esos gemidos del alma que revelan una historia de dolor; esa exclamación suprema que lanza una madre cuando estrecha entre sus brazos al hijo querido de su corazón; ese ¡hija mía! que tomó vibración en otros mundos mejores, ese grito resonó en mis oídos y á poco ví aparecer á la linda niña acompañada de una mujer de mediana edad, que en su semblante demacrado se encontraba grabada indeleble huella de la miseria y del sufrimiento: existía entre las dos perfecto parecido, solamente que la una, era la flor marchita por el hálito del mundo, y la otra la casta azucena que abría su cáliz para elevar su fragancia al cielo.
Madre é hija abandonaron el aposento, para sustraerse, sin duda alguna, de los muchos curiosos que estaban examinando las delicadas labores de las educandas. Una hermana de la caridad, que cumple dignamente la misión que se ha impuesto: una mujer perteneciente á una de las primeras familias de la nobleza española, que siendo casi una niña, la arrebató la muerte al