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AMALIA D. SOLER

elegido de su corazón, y que desde entonces abandonó su aristocrático palacio, y se consagró exclusivamente á ser el ángel tutelar de los desgraciados, sufriendo por su abnegación sin límites, la envidiosa persecución de sus hermanas en Cristo, se encontraba en aquellos momentos cerca de mí, y aunque no nos une una amistad íntima, nos comprendemos y respetamos nuestras creencias, que reconocen una sola causa.

—¿Quién es esa jóven, le pregunté, que acaba de salir de aquí?

—Parece que le llama á V. la atención, me dijo sonriendo dulcemente; no es extraño, porque cuantos la ven se interesan por ella, y V. con doble motivo que en todo quiere encontrar algo extraordinario: lo que es ahora efectivamente la ha llamado la atención una criatura digna de mejor suerte, y que ha sido una de las muchas víctimas que tiene el fanatismo en sus anales.

—Escita V. mi curiosidad en alto grado, y desearía saber la historia de esa niña.

—Tendré mucho gusto en complacerla; sígame V. y en el jardin podremos hablar con tranquilidad. La seguí y un momento después, nos sentamos en un banco rústico situado en la cúspide de un pe-