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Amalia D. Soler


—Ya se comprende que eso es un contrasentido, que la ley mosaica es un tegido de anacronismos y anomalías, pero como los primeros hombres que la escucharon no estaban suficientemente educados, sólo el terror era el que podía dominarles.

—Soy de la misma opinión de V. que para ayer tenían condición de ser los castigos eternos, pero hoy que nuestra naturaleza se presta más al análisis, al estudio y á la meditación; hoy que se investiga; hoy que el hombre no se contenta con creer porque le mandan creer, si no que quiere convencerse por sí mismo de la causa que dá el efecto; cuando escucha las absurdas versiones que se hacen de la ley de Dios, como éstas están muy por bajo de su entendimiento y de su criterio, ¿sabe V. lo que se consigue? Que el esceptismo extienda sus negras alas, que el ateísmo prodigue sus desdeñosas sonrisas, y que la indiferencia cubra con su manto de hielo á la generación actual.

Los hombres que han perforado las montañas, los que por medio del telégrafo transmiten sus ideas, los que buscan en otros planetas los medios ambientes y las condiciones de habitalidad, no pueden conformarse con esa historia sagrada llena de ridículos milagros, de pecados originales que