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Página:Ramos de violetas.djvu/75

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RAMOS DE VIOLETAS

queño montecito, adorno indispensable de todos los jardines ingleses: que en 50 pies cuadrados forman montañas, cascadas, puentes y cataratas microscópicas.

—Aquí estamos mucho mejor ¿es verdad, Amalia?

—Ya lo creo, y no puede V. figurarse cuánto me alegro que estemos solas, sin que nadie nos interrumpa.

—Yo también soy muy partidaria de la soledad acompañada; mucho más con una mujer que, como V., me inspira simpatía á pesar que en muchas cosas no estamos conformes, pero en fin, que le hemos de hacer, usted quiere á Dios á su modo y yo le quiero al mío.

—Pero no dejará usted de convenir conmigo, que si la humanidad estuviera más adelantada, mis principios serían los más útiles para la sociedad.

—Avanza V. demasiado; V. no quiere templos ni prácticas religiosas ningunas; y el hombre necesita de un guía espiritual.

—Sí, señora; estoy conforme; pero un guía que nos diga la verdad, que no nos relate cuentos de cuentos, que no nos pinte un Dios iracundo y vengativo, que se complace en atormentar á los seres que él mismo ha creado.