que volviesen á empuñar las armas, que él los ayudaría y daría contra ellos la victoria, y que de no, los haría morir con ruina de sus pueblos, buscando otros amigos que le fueren más fieles; con otras amenazas que hicieron impresión en el ánimo voltario de aquellos indios.
Añadieron los amigos, que aunque era verdad que había gran multitud y prevención de combatientes confederados con otros pueblos del contorno, y con mucha disposición de armas envenenadas, pero que había muchos como ellos discordes y separados de aquellos que coligados motivaron y hicieron el primer movimiento y levantamiento de aquel país, y que estos malcontentos serían fieles á los teules, por ser la mayor parte de maceguales (gente como acá decimos de la ínfima pleble), hostigados y ponderosamente gravados del tequio, que es el trabajo de lo que los mandones imponían sobre la debilidad de sus flacas fuerzas.
Con esta relación mandó ejecutar el Adelantado D. Pedro de Alvarado la marcha al esclarecer las luces del siguiente día, saliendo con buen número de ejército, que se companía y ordenaba de sesenta españoles en el nervio de la caballería, ochenta arcabuceros y ciento cincuenta indios tlaxcaltecos y cuatrocientos mexicanos, con dos tiros de artillería, que con los cien indios de sacattepeques, se componía de setecientos noventa hombres repartidos en ocho conductas, cuyos cabos y capitanes eran de los muy conocidos de los conquistadores más señalados y de quienes muy repetidamente me dan noticia los libros y papeles del archivo desta ciudad de Goathemala; cuyos nombres, por no defraudarles este mérito y de escribir esta expedición con las circunstancias de su aparato militar, expreso[1] siendo estos valerosos caudillos: Juan Pérez Dardón, caballero de ilustre y señalado valor, con los compañeros de no menos generosa fama, que fueron nombrados para ella, Bartolomé Becerra, Gaspar de Polanco, Gonzalo de Ovalle, Hernando de Chaves, Gómez de Ulloa. y Antón de Morales; yendo to-
- ↑ Libro I de Cabildo, folio 12.