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ras campanas y semejaban mirar el infinito espacio a sus pies tendido, con sus pupilas, que, según la fábula, despiden llamas y azufres. La puerta del templo, que al girar en sus jambas producía un ruido desagradable, especie de aviso que algún invisible portero daba a los fantásticos habitadores de las inmensas naves de que un ser extraño penetraba en ellas, era una artística pieza de hierro y de encina, si bien maltratada por los años y cubierta de herrumbre. En las hojas de esta puerta, una de las cuales sólo se abría en las grandes solemnidades religiosas, habíase esmerado la mano del artífice, tallando multitud de alegorías bíblicas y escenas sacadas de las Parábolas. Las altas paredes de la iglesia, cubiertas de la sombra de la vejez, presentaban en algunos puntos rojos manchones y salpicaduras violáceas y cárdenas, & modo de sarna u otra enfermedad vergonzosa del granito.

En las paredes de la torre descúbrense dos agujeros circulares, que desde lejos confunde la fantasía con los ojos negros de aquel gigante de piedra, ojos siempre abiertos, que exploran el país, como si la impaciencia de esperar a alguien que nunca llega les mantuviese en perpetua vigilancia. Por estos ojos, en las noches muy obscuras, sale un resplandor tenue, que aun cuando la sofiadora mente se empeña en que es el brillo de uma retina fosfórica, no es sino la luz del cand con que se alumbra el tío Basilio, el campaner amén de algunas copas de vino tinto con 'que a