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El sueño del poeta se desvaneció. Las figuras se levantaron del suelo y se disolvieron. Las cornucopias y las arañas se apagaron, lanzando cada vela un chorro de humo. Sin embargo, la mente, curiosa, buscó el desenlace de lo soñado, y palpando en las sombras del sueño, pudo encontrar algo. Volvió a ver al Duque, que entraba en casa del príncipe de Antuerpia, y que le decía indignado:

—¡Flérida!... ¡Flérida!... Sabe usted?... ¡Se ha escapado con un escritor naturalista!

Diciembre, 1885.