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VENTURIELA Astroso y malparado como Cardenio iba aquel hombre que, delante de mí, caminaba al paso castellano de su caballo peludo y enteco, del cual podía decirse lo que del caballo de Gonela, que tanaum pelis et osa fuit. Nada más extraño que su rota vestimenta. Traía gabán largo, raído y desfilachado, cuyo forro salía a luz por diversas roturas del paño; pantalón comido por los tobillos, y unas chinelas viejas en los pies, con los que espolea ba ansiosamente a la cabalgadura. ¡Inútil espoleo:

El venerable cuartago no dejaba su paso sino para tomar un trotecillo saltón, aun más lento que la andadura. Era un conjunto pintoresco el que ofrecían aquel jinete deseoso de correr y aquel caballo deseoso de dar con sus huesos en la fosa, anhelado descanso del cruel matalotaje de su vida. Pudiera decirse que representaban al frenesí cabalgando en la inercia.

Cuando emparejé con el desharrapado caballero pude ver su rostro, que era profundamente simpático y lleno de atractivo. La tez morena, la barba negrísima y rizada, los ojos pardos y luminosos, el cabello muy obscuro y descuidado de pei-