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Venturiela puede ser este lecho, que exhala aroma de violetas, y esta estampita de la Virgen del Carmen, que es su retrato, y este tocador tan modesto y hechicero? Pero mientras pensaba esto, dijeron mis labios:

—»No consentiré en arrojar a mi prima de su cuartito. Alójeseme en cualquier parte, pero no aquí. Eso sería profanar un santuario.

»Dióme gracias ella con una mirada por mi galantería, y abriéronse en su ebúrneo palmito las 10sas del pudor... ¡Ay! Señor mío, ¡qué desgraciado soy! ¿Por qué me conserva Dios la vida después de tanta desventura? ¿Por qué no me mata o me da valor para que yo mismo me mate?» Andrés, enardecido con el relato de su historia, había soltado las riendas del caballo, el cual se aprovechaba de la libertad para mordisquear las espigas que a un lado y otro del sendero salían a insultar su hambre con sus cabecitas de oro. Caballero y bridón no representaban ya a la actividad y a la inercia. Debajo de ellos hubiera podido grabar un escultor esta leyenda: La poesía cabalgando en el hambres.

—No pienso molestar a usted relatándole prolijamente mis amores con Venturiela... Porque Venturiela me amó, me amó muchísimo... De noche era cuando nos veíamos en la sala. Don Cipriano leía cerca de su mesa a Virgilio y algún periódico. Nosotros hablábamos en la ventana, el uno junto al otro, sin tener alma para más que pa mirarnos de hito en hito. Era mi novia tan