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largas listas de nombres salvajes, que fueron dinastías druídicas, tendrán en lo por venir que darse de calabazadas para recomponer el limpio y claro linaje de los Sopletes, oriundo de la patriarcal llanura de Getafe, extendido después, merced & no se sabe qué acaecimientos, por los linderos de la populosa Polvoranca.

En la estirpe prolífica de los Sopletes hubo gloriosa escuadra de leñadores, de cazadores furtivos, de papelistas y revendedores de billetes, de honradísimos jornaleros, de criadas de servir y niñeras perpetuas, que pasean por el mundo su doncellez y su virtud... Un momento de esplendor sumo sobrevino para el linaje de los Sopletes, y éste fué cuando Iracundio Soplete fué nombrado maestro de escuela en el Boalo, y otro aun mayor cuando Benedicto Soplete cantó misa en el Seminario Conciliar de Cuenca.

Natural era que, después de tan altivos esplendores, la hueste de los Sopletes descendiera. No hay astro que, después de fulgurar en su apogeo, no palidezca en su perigeo. Ni Alejandro que, al otro día de un gran triunfo, no sufra el justo desmayo de una gloria, por humana, intermitente. Ni rosa que en la primera quincena de mayo florece, llegará a la segunda con sus hojas frescas. Ejemplos todos por demás profundos, que justifican el que, después de tanto esplendor, los Sopletes fuesen de capa caída; es decir, sin capa, que es la más caída de todas las capas posibles.

¡Mucho bajaron, mucho..