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III

173 La dinastía de los Sopletes pide limosna.

Pero no tan abajo que llegasen al peldaño del Código penal. Se quedaron en pobres, y fueron protagonistas de esa primera página de las novelas por entregas que hablan invariablemente de un personaje que era hijo de padres pobres, pero honrados».

El padre de Gil Soplete fué cartero. Digamos, en honor de los Sopletes, que todas las cartas que él debía repartir llegaban a poder del destinata rio. Elogio que parecerá, por inverosímil, hiperbole del panegirista.

Un mes de diciembre descendió el termómetro a las heladas regiones de «bajo cero». La pulmonía salió de su nido de témpanos. Se paseó por la villa; escogió sus víctimas. El cartero Soplete, aquel prodigio de actividad y celo, que llegaba al último sotabanco con la carta de amor y descendía al sótano con la esquela de funeral; aquel incomparable e ilegislable Soplete, rápido como Céfiro, esperado como Favonio y temido como Mavorte (comparaciones que me ha prestado el clásico de la esquina), falleció. María Juana, su mujer, se quedó en la miseria, con un hijo de tres meses.

¿Quién diría que aquel muñeco había de ger, a los nueve años, el heroico Gil Soplete, el corneta