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¡Viva Carlos IV! ¿Estábamos en su poder, vencidos, prisioneros, malparados, sin ejército, sin generales, sin Gobierno, sin honor casi? «¡Viva Carlos IV! Y viva! y ¡viva! ¡Ah! ¡Qué ceguedad tan patriótica la de mis egregios antepasados!

Llegado había yo a Carcabuey pocos días antes de las vacaciones de Navidad, y cuando me apeé del macho pasilargo que me traía en sus lomos y me ajusté en la rubia cabeza el bonete del Seminario, varios brazos femeninos rodearon mi cuello, estrechándome cariñosamente. Eran unos los de mi madre, otros los de mi tía Luisa y otros los torneados y hermosos de mi prima Antoñita. Lindísima estaba con su falda de alepín morado, su jubón de terciopelo negro y su cabeza llena de rizos. Aquellos ojos negros se clavaron en mí, y aquellos labios movibles y picudillos vinieron & encender mis mejillas con su roce suave.

Habéis de saber que yo, con mis doce años, mi carita de santo, mi sotana de colegial y mis zapatos adornados de clericales hebillas, estaba... ino os riáis!... estaba enamorado de mi prima. El pa dre Cantuello me regaló un día un moquete inolvidable porque, declinando el «Musa Musæe», dije Antonia, Antoniæ; y otra vez, analizando una oración primera de activa, como en vez de «Yo amo a Pedro, según mandaba la gramática de Nebrija en su enfadoso ejempleo, dijese: «Yo amo a Antonia», esto me valió una encerrona en la bóveda de la capilla.

Calculad, pues, mi gozo al sentir aquellos labios,