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Suspenda usted esta conversación. Se continuará cuando se continúe afirmó Narcisa.

Eladia callaba. Qué podía decir que fuese oportuno y digno de su difícil situación? Con las manos doblaba y desdoblaba la servilleta puesta sobre su falda, tejiendo, como Penélope, una fantástica tela.

El promotor fiscal, en tanto, daba pequeños golpecitos sobre un pedazo de pan con su cuchillo, como llevando el compás a alguna música que sonara dentro de su alma. Quiso cambiar el tema del coloquio, y como comprendió, con penetración dichosa, que esto era una de las cosas más difíciles de hacer tratándose de don Sandalio, el cual se aferraba a la conversación tirando de ella hasta que no quedaba nada que decir, fuera bueno o malo, en aquel asunto, apeló al único nervio sensible del alma del buen hombre: la curiosidad.

—Conque mañana empiezan las obras del ferrocarril?—dijo.

—Tan pronto?—respondió Pantoja. Así debe de ser, porque hoy he visto en el pueblo muchą gente desconocida, mucho jornalero francés, con su gorra de seda y su corbata al cuello.

—Ya han llegado los ingenieros—añadió Narcisa.

—Pues, creedme, es para mí una contrariedad terible esto del ferrocarril. ¡Invento del diablo!

—No es usted partidario de tan grande progreso?

—No, y no, y cien veces no... ¿Qué he de ser?

Calcula tú si lo seré, cuando el pícaro que ha hecho el trazado ha puesto los rails dentro de La Ga-