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lianilla, y con ellos me ha partido mi mejor finca por la mitad. Soy antiferrocarrilista» decidido.

¡Muera el vapor!

—¡Reaccionario!—dijo en tono de amistosa censura y burla don Angel.

—Eso no, caramba. Siempre fuí liberal y progresista. En Cádiz comí una vez con el Duque, y cuando se marchó desterrado, yo, yo fuí uno de los pocos que le escribieron a Londres ofreciéndole dinero.

—Pues, a pesar de todas esas hazañas, es usted reaccionario.

¡Gran cosa debe de ser el ferrocarril para los pueblos! exclamó Narcisa—. Los une y hace vecinos, a pesar de las distancias y de las montañas, —A mí me da miedo ir dentro de un coche que va arrastrado por una fuerza bruta—afirmó Pantoja. Los árboles, los campos, las casas, pasan volando junto a la ventanilla, como aristas de hierba seca que el huracán mueve en las eras... No se puede gozar de la vista del paisaje, ni casi respirar, porque la celeridad vertiginosa del viaje quita a los pulmones el fácil uso del aire...

—¡Qué cosas más raras le pasan a usted en el ferrocarril!—dijo Garrido.

—He podido observarlo recientemente, cuando traje del colegio a Narcisa. Vinimos, porque ella se empeñó, en el ferrocarril de Aranjuez... Y os lo aseguro, bajé del vagón mareado...

—Llueve—exclamó Eladia, por decir algo, mirando al balcón, sobre cuyos cristales sonaba el ruido de las gotas de agua que el viento impelía.

RELACIONES.

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