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a las puertas del sepulcro. No se sabe qué papel jugó don Claudio Castillo en el asunto, ni cómo influyó en el ánimo del promotor, el cual, convencido sin duda de que era una infamia arrancar a Eladia las ilusiones ya marchitas de su amor, accedió resignado al matrimonio después de una explicación dramática habida entre él y Narcisa. Advierto a usted que todos estos incidentes del negocio pasaron inadvertidos absolutamente para Pantoja, mientras que el pueblo de mil encontradas maneras lo comentaba.

Es el caso que la enfermedad de Narcisa iba de mal en peor; que sus mejillas, enardecidas por la fiebre en los primeros días, viéronse después pálidas y amarillentas como secas hojas de magnolia; que enflaqueció rápida y visiblemente; que sus labios, en que antes anidaba la mariposa de la sonrisa, enmudecieron escondiendo aquel paraíso de alegrías tras el severo gesto de la taciturnidad, y que sus ojos adquirieron súbitamente la opaca negrura del terciopelo.

»El promotor fiscal, a quien la caída de un caballo, según comuniqué a usted, había fracturado una pierna, tampoco adelantaba gran cosa en su curación, y en las aburridas soledades de su cuarto, con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón y entablerada el alma entre los duros maderos de un deber ingrato, como lo estaba su tibia rota entre los tablajes de un apósito quirúrgico, largas horas de negra meditación pasaba.

»Eladia vió todo esto, comprendió el motivo de