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aquellas desgracias, que ella inocentemente causaba; asustóse de su obra, llenóse de horror pensando que no podría dormir jamás el sueño tranquilo de las conciencias limpias si no trataba de impedir la desventura de sus semejantes, y olvidándose de que para llevar a cabo tan noble pensamiento de abnegación tenía antes que asesinar su dicha, sus esperanzas, sus ilusiones, habló con don Sandalio reservadamente y largo rato. Qué cosas diría Eladia a su papá son presumibles, si se lleva cuenta del número de veces que Pantoja se santiguó, que era el modo con que él expresa ba su asombro. Parece que Eladia dijo, con una postiza sonrisa en los labios, que Dios sólo sabe cuánto trabajo le costaría fingir; con una alegre carcajada que vino a reflejarse sobre el obscuro lago de su silencio e ignorado llanto, como la luz del sol sobre un mar negro:

Antes me dejaré matar que casarme con Angel.

—Pero ¿y mi palabra empeñada con ese excelente joven?—preguntó don Sandalio apelando al último recurso que su menguado magín le ofrecía.

—Casémosle con Narcisa—repuso Eladia..

—»Eso es una atrocidad... ¿Quiere ella?... Querrá él?

¡Que si querían los dos le preguntaban a Eladia! ¡A Eladia, que sacrificaba en el altar de aquel amor el suyo! A punto estuvo Eladia de soltar la presa de su llanto. La sonrisa que fingían sus labios obscurecía un punto como estrella que tiem-