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EL NIDO DE UN DRAMA (APUNTES PARA UNA NOVELA)

I

Un parroquiano del café del Oriente.

Indefectiblemente, a las ocho de la mañana aparecía Jerónimo Cándido en el mostrador del café, con su gorrilla de paño encasquetada sobre la frente. Era aquella la hora de limpieza en el establecimiento, y los mozos, vestidos con el traje de labor, sacaban brillo a los cristales, barnizaban los espejos, esgrimían el plumero y con los recios puños pulían el mármol de las mesas, quitándole las manchas que produjo el tráfago de la noche anterior.

Madrid es un pueblo poco madrugador. El alba es un fenómeno celeste que no conoce de vista este rey ciudadano, a quien los geógrafos llaman madrileño. Era, pues, escaso el público que entonces acudía al café del Oriente. Algún viajero que iba a tomar el primer tren de la mañana, algún mísero y desperdigado panza—al—trote, de esos que duermen al raso y viven de café con media tostada. La