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buena casa, porque él conocía a muchas familias principales, como que había sido cocinero del conde del Chimborazo y trataba a la aristocracia con cierta familiaridad de buen tono, hablando sin cesar de Fernán—Núñez y de Uceda.

X

Dintorno.

Dentro de aquel cuerpo el alma se conservaba inmóvil y recta, dormida y sin curiosidad de la vida, desprovista de los arranques de dicha y pena que templan las pasiones. Leonarda no había aún apreciado el conjunto de la vida, sino únicamente sus detalles. Una educación moral nula y ciega, fundada sólo en la práctica, muy esmerada, del culto religioso, había engendrado en el alma de la muchacha una obscuridad profunda en punto a criterio ético. Las ideas del bien y del mal vagamente se descubrían dentro de aquel caos como pasajeros lejanos apercibidos desde una montaña en el fondo de un valle. Difícilmente se percataba el observador de su naturaleza. Sólo cuando obraban los impulsos mostrábase la condición moral de Leonarda, clara, evidente y notoria, rica en desbordamientos de entusiasmo, indignada ante la injusticia, cobarde ante el poderío bárbaro. Y en medio de todo no se distinguía aún el despertar de la pubertad, ni oía en el silencio de la inocen-