admirables, pero que revelan demasiado su tendencia sensual y voluptuosa : el ideal no lo busca ya en el espíritu — lo encuentra en la carne. Su historia es conocida. La famosa Belcora y la heroína de Rolla son el producto de un espíritu calenturiento,
extraviado y perdido ya para el Bien, que en definitiva es lo Bello.
Ya Musset vivía entregado al más horrendo desenfreno, y su libertinaje era notable en las orgías de la moderna Babilonia. Todo estaba, pues, perdido; él mismo lo ha dicho:
Le catur d’un homme vierge est un vase profond
Lorsque la premiére eau qu'on y verse est impure
La mer y passerait sans laver la souillure
Car l'abime est immense, et la tache est au fond.
No se puede, pues, proponer á Musset como un modelo á la juventud que abre recién su corazón á las primeras impresiones de la vida. Leerlo, imitarlo en esa edad crítica, no sólo es pernicioso sino criminal: se deposita por ese medio un terrible fermento malsano en el alma, y la existencia entera se encuetra contaminada por el virus.
Musset no es Hugo, ni su romanticismo es el mis- mo de 1830. Es mucho más horrible, porque co- rrompe el alma, marchita el corazón, seca la inteli-