te apenas al egoísta excepticísmo ; los más prefieren
acorazarse con la fácil y acomodaticia virtud del tar-
tufo, y sólo los menos, incapaces de vivir en el lodo,
sucumben lentamente, como esas flores que se mar-
chitan una vez que les falta el calor vivificante del
sol. Entonces, recién entonces, se comprende el al-
cance inmenso de esos versos tristísimos y amargos
que han dejado escapar las cuerdas gemebundas de
un Leopardi :
. . . Ogni piü lieío
Giorno di nostra etd primo s' invola,
SottetUra il morhoj e la vecchietza, e V ombra
DelU gellida morte. Ecco di tante
Sperate palme i dilettosi errori,
II Tártaro m* avanza; e il podre ingegno
Han la tenaria Diva,
E I* aira notte, e la silente riva. . . !
... Y bien ! en semejante estado de espíritu, obligados á pelear incansables en la lucha por la vida, no existe para huir de aquel amargo desconsuelo otro remedio que aturdirse con las mil preocupaciones y los mil cuidados de esta difícil existencia, y, cerrando los oídos á las quejas del alma, hacer que la enérgica voluntad se mueva sólo á impulsos de la ambición, único sentimiento bastante poderoso para ser capaz de hacer latir un corazón cruelmente desilusionado. De ahí que sea un bálsamo saludable, en medio de