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UN LIBRO DE CANÉ

"Las fantasias más atrevidas de Goya, las auda- cias coloristas de Fortuny ó de Diaz, no podrían dar idea de aquel curiosísimo cuadro. El joven pintor ve- nezolano que iba conmigo, se cubría con frecuencia los ojos y me sostenía que no podría recuperar por mucho tiempo la percepción dei rapporti, esto es, de las medias tintas y las gradaciones insensibles de la luz, por el deslumbramiento de aquella brutal cru- deza. Había en la plaza unas 500 negras, casi to- das jóvenes, vestidas con trajes de percal de los colo- res más chillones, rojos, rosados, blancos. Todas es- cotadas, y con los robustos brazos al aire ; los talles fijados debajo del axila y oprimiendo el saliente pe- cho, recordaban el aspecto de las merveilleuses del Directorio. — La cabeza cubierta con un pañuelo de seda, cuyas dos puntas, traidas sobre la frente, for- iñaban como dos pequeños cuernos. Elsos pañuelos eran precisamente los que herían los ojos ; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre, ardiente, más intenso aún que ese llamado en Europa lava del Vesuvio; luego un ama- rillo rugiente, un violeta tornasolado, qué sé yo! £n las orejas, unas gruesas arracadas de oro, en forma de tubos de órgano, que caen hasta la mitad de la mejilla. Los vestidos de larga cola y cortos por delante, dejando ver los pies... siempre desnudos.