más á la serenidad de Chateaubriand. Pero bajo el estoicismo que imitaba del autor de René, vibraba una alma calurosa y entusiasta. Su misantropía no era real sino literaria ; nunca llegó su aparente in- diferencia hasta convertirlo en tranquilo espectador del escenario del mundo, á la manera del Monsieur de Camors de las 50 primeras páginas del libro de Feuillet; su actitud provenía más bien de reminis- cencias de Rene, Werther y Rolla, aún cuando com- prendía perfectamente que esas obras habían hecho su tiempo .
Una de sus composiciones de mayor aliento, como acabamos de decir, fué la titulada Armonías, reflejo de las teorías literarias del autor del Canto al arte. Allí hace su profesión de fe en estas vibrantes estro- fas:
Pero la ciencia humana tiene un limite.
No encontrará jamás el escalpelo
Dónde es que el alma anida ;
El hombre busca en vano ante un cadáver,
Entre las fibras de la carne inerte,
Cuál ha sido el secreto de la vida
Y cuál el secreto de la muerte.
Problemas insondables !
La razón no pretende analizarlos.
El pensamiento sólo los admira,
Y la postrer palabra de la ciencia
Es un himno al Creador de la conciencia !
Esta repercusión del famoso ignorabimus lanzado