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ADOLFO MITRE

obras y leerlas : pero que para juzgarlo, para com- prenderlo, es menester, además, transportarse á la época en que vivió, indagar las influencias bajo las cuales se formó y las que ejerció á su turno. No de otra manera, en las lineas generales á lo menos, com- prendió la tarea de juzgar á Mitre cuando aparecie- ron las Poesías, uno de los miembros más discretos y sobresalientes de aquella generación, publicando su análisis crítico en una de nuestras Revistas de mayor renombre. Sólo el hecho de poder hablar del mismo asunto del punto de vista puramente subjeti- vo, me impulsa á recordar el estado literario, especial entonces, de los miembros de aquella brillante gene- ración, quorum pars parva fui.

Hemos insistido tanto en la admiración de Mitre (casi diría adoración), por la pléyade — si á pléyade alcanzó su número — de los románticos france- ses del año 30, porque en esa atmósfera literaria educó su gusto, escogió sus lecturas, y alimentó sü imaginación. Musset por un lado y Víctor Hugo por otro, eran para él dos pontífices indestrona- bles; vivía intelectualmente mareado con la doc- trina del. romanticismo, y se expresaba á veces como si fuera uno de los satélites de Gautier en la noche famosa de la célebre contramarca Hier- ro, Con ese criterio literario juzgaba al movimien-