la cabeza ardiendo de los asuntos del día. ¿Qué vida alegre puede haber? Pero, ni coches hay siquiera ! Porque lo curioso del caso es que en esta Santísima Trinidad del Puerto de Buenos Aires, los cocheros son seres que se acuestan con los gallos, por manera que no se les pesca exactamente en el momento en que son más necesarios. Si un acontecimiento imprescindible cualquiera lo obliga á uno á ir al otro extremo de la ciudad pasada media noche, no hay, por más dinero que se gaste, más coche disponible que el de San Francisco: pase si la noche es buena, pero si es lluviosa, maldita la gracia que tan original habitud causa!
Aquí se cree que los tranvías han hecho inútiles á los coches, llamados curiosamente de plaza, tanto que se sostiene — y con alguna razón práctica — que éstos sólo viven gracias á los entierros y bautismos. Pero aparte de que esto es perfectamente inexacto, parece que por lo menos es insostenible en lo que á las horas en que no andan los tranvías se refiere.
Claro es, por otra parte, que es imposible la coexistencia de "coches de plaza" y tranvías, desde que aquellos, por lo general, calesas de construcción ante-diluviana, ostentan como cocheros á esos jóvenes
flemáticos de pantalón obscuro, chaqueta clara, cor-